Reflexión dominical 02 julio
El Evangelio nos presenta la conclusión del discurso de Jesús a los apóstoles escogidos por Él para establecer el reino de Dios: reino de vida, justicia, amor y paz. A la luz de este pasaje, meditemos en lo que significa optar por Cristo como sus discípulos misioneros.
Optar por Cristo: desapegarnos de lo que nos aparta de Él.
Cuando Jesús les dice a sus apóstoles que deben preferirlo a Él antes que al padre, a la madre o a los hijos, lo que plantea es que quien quiera seguirlo de verdad debe fijar prioridades y ser consecuente con ellas. El contexto de este pasaje evangelico es la persecución sufrida por los primeros cristianos, que se enfrentaban al dilema de ser coherentes con su fe en Jesucristo o renegar de Él para no tener problemas con la familia.
En el mismo capítulo Jesús les había dicho a sus apóstoles: “los hermanos entregarán a la muerte a sus hermanos, y los padres a sus hijos, y los hijos se volverán contra sus padres y los matarán”; y luego: “He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra, de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes”. Esto fue lo que sucedió durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia, cuando los creyentes fueron perseguidos por emperadores romanos. Entonces resonaba, la exigencia expresada por Jesús: no anteponer los propios intereses, renunciar a todos los apegos o afectos desordenados que impidan realizar la misión encomendada.
Esta exigencia es también para cada uno de quienes creemos en Cristo. Todos estamos llamados a dar testimonio de fe en medio de un mundo adverso al Reino de Dios, aunque la opción por Él pueda acarrear la incomprensión y el rechazo de parientes, amigos, colegas en el trabajo, o en general de quienes no comparten nuestros valores.
Optar por Cristo: tomar la cruz y seguirlo.
Para los cristianos la invitación a tomar la cruz significa estar dispuestos a entregar la propia vida por Cristo, así como Él la dio por nosotros. Pero también tiene un sentido más amplio: asumir con entereza todas las situaciones difíciles de la vida, no sólo cargando con el peso de ellas, sino ayudando a otros a llevar las cruces que les corresponde soportar, con una actitud de solidaridad semejante a la de Cristo.
Y asimismo, que cada uno esté dispuesto a dejarse ayudar por los demás y a pedir ayuda cuando sea necesario, para llevar la cruz que le toca cargar. Tomar la cruz y disponernos a llevar hasta las últimas consecuencias nuestra decisión de seguir a Jesús sólo es posible con la esperanza en la resurrección: “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”. Debemos “morir al pecado”, para ello es preciso desapegarnos de todo cuanto nos aparte de Cristo, y andar en una vida nueva: una vida con Dios y para Dios, con un horizonte de eternidad.
Optar por Cristo: recibir a los enviados por Él.
Las primeras comunidades cristianas reconocen en los apóstoles a los continuadores de la misión de Jesús. Por eso los acogían, con todas las muestras de hospitalidad, como verdaderos profetas, es decir, voceros de Dios: “el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta”. También hoy sigue el Señor llamando, formando y enviando colaboradores para que continúen haciendo presente su mensaje y su obra, y nos exhorta a recibirlos con generosidad, a acogerlos y cooperar con ellos en la construcción de una nueva sociedad justa y solidaria a la luz de las enseñanzas de Jesucristo. En este sentido, todo creyente debe estar dispuesto a colaborar con quienes realizan la misión de predicar el Evangelio y realizar labores pastorales, para ir desarrollando todos juntos lo que Jesús comenzó con su predicación y su ejemplo de vida: la “civilización del amor”.