Dejándolo todo, lo siguieron
El Evangelio nos presenta una escena maravillosa: Jesús se encuentra junto al lago de Genesaret y ve a unos pescadores que han trabajado toda la noche sin éxito. Sube a la barca de Simón Pedro y, tras enseñar a la multitud, lo invita a remar mar adentro y echar las redes. Pedro duda, pero confiando en su palabra, lo hace. El resultado es sobrecogedor: una pesca milagrosa, un desbordamiento de gracia que revela la grandeza de Dios. Pedro, sintiéndose indigno ante tal manifestación de poder, exclama: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Y aquí es donde Jesús pronuncia palabras que transforman su vida para siempre: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Pedro, Santiago y Juan lo dejan todo y lo siguen.
Este relato nos toca a todos. Nos desafía. Nos llama a tomar una decisión radical. Porque en cada uno de nosotros hay un Simón Pedro, con sus dudas y sus miedos. En cada uno hay un pescador cansado, que ha intentado una y otra vez sin ver frutos. Y también hay un corazón que, cuando se encuentra con la gracia de Dios, solo puede caer de rodillas y decir: “Señor, soy un pecador”.
1. Dios llama a pesar de nuestras fragilidades
La primera lectura nos presenta la vocación de Isaías. Al igual que Pedro, experimenta su pequeñez ante la santidad de Dios: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros”. Pero Dios no lo rechaza. Al contrario, lo purifica y lo envía: “¿A quién enviaré?”. Isaías responde con valentía: “Aquí estoy, mándame”.
También san Pablo, en la segunda lectura, reconoce su indignidad: “Por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. Se sabe el más pequeño de los apóstoles, pero la gracia de Dios lo transforma en el gran anunciador del Evangelio.
Esta es una verdad que debemos grabar en nuestros corazones: Dios no llama a los perfectos, sino que perfecciona a los que llama. No importa cuán indignos nos sintamos, cuántas caídas hayamos tenido. Dios nos mira, nos elige y nos envía.
2. “Rema mar adentro”: La fe exige salir de la comodidad
Jesús no dice a Pedro que eche las redes en la orilla, donde es seguro y predecible. Lo desafía a ir mar adentro. La fe no es para quedarse en la orilla, sino para lanzarse a lo profundo.
¡Cuántas veces preferimos quedarnos en la comodidad de lo conocido! Cuántas veces el miedo nos paraliza. “Siempre lo hemos hecho así”, “yo no sirvo para esto”, “no tengo tiempo”, “es muy difícil”. Pero Jesús nos desafía: confía en mí, da el paso, sal de tu zona de confort. La gran pesca no ocurre en la orilla, sino en lo profundo, en la entrega total, en el abandono confiado a la voluntad de Dios.
3. “Desde ahora serás pescador de hombres”: Un llamado a la misión
Jesús no solo da a Pedro una pesca abundante, sino que le cambia la vida: le da una nueva misión. “Desde ahora serás pescador de hombres”. No se trata solo de recibir las bendiciones de Dios, sino de ponerlas al servicio de los demás.
Todos estamos llamados a ser pescadores de hombres. No hace falta ser sacerdote o misionero para anunciar a Cristo. En nuestra familia, en el trabajo, en la escuela, en las calles… allí somos llamados a lanzar las redes del Evangelio. No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando que otros lo hagan. Cada cristiano es un testigo, un evangelizador, un instrumento de la misericordia de Dios en el mundo.
4. Dejándolo todo, lo siguieron
El Evangelio termina con una decisión radical: dejándolo todo, siguieron a Jesús. ¡Cuánta valentía! ¡Cuánta confianza! No preguntaron a dónde irían, cómo vivirían, qué pasó con la pesca. Simplemente, confiaron.
Seguir a Cristo implica riesgos, pero también la alegría más grande. Hoy el Señor nos invita a hacer lo mismo: a dejar las seguridades humanas y fiarnos de Él. A soltar las redes que nos atan al miedo, a la tibieza, a la mediocridad, y a lanzarnos con fe a su aventura de amor.
¡No tengamos miedo de responder!
El Jubileo de la Esperanza que estamos celebrando nos recuerda que nuestra fe no es pasiva, sino una fuerza transformadora. El Papa Francisco nos dice: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por la comodidad y el encierro en sí misma” (Evangelii Gaudium, 49).Hoy, Jesús pasa junto a nuestras vidas, se sube a nuestra barca y nos dice: “Rema mar adentro”. Nos invita a confiar, a salir de nuestra comodidad, a lanzarnos con valentía a la misión de llevar su luz al mundo. No tengamos miedo de responder como Isaías: “Aquí estoy, Señor, mándame”. Que María, Nuestra Señora de la Esperanza, nos ayude a ser testigos valientes de la esperanza y el amor de Dios.