Los apóstoles regresan. Vienen cansados, emocionados, con historias de curaciones y palabras encendidas. Jesús los escucha con ternura y les dice: “Vengan ustedes solos a un lugar apartado, para descansar un poco” (v. 31). ¡Qué hermoso! El Maestro no exige resultados, sino que cuida a sus enviados.
Van a un lugar tranquilo… pero el pueblo los sigue. Al llegar, Jesús ve a la multitud y “se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor” (v. 34). Y comenzó a enseñarles muchas cosas.
Aquí hay un doble movimiento que revela el corazón pastoral:
Jesús cuida a los suyos.
Jesús cuida a los que buscan.
Hoy, la Iglesia debe ser ese rostro: una comunidad que descansa en Dios y que acompaña a los cansados. No basta con organizar actividades: debemos cuidar a nuestros catequistas, a los adultos mayores, a los que ya no pueden venir a misa, a los jóvenes con ansiedad. Y también salir al encuentro de quienes están dispersos, confundidos, buscando sentido.
La compasión de Jesús no es solo emoción: es acción. Él se convierte en pastor, se convierte en casa, se convierte en palabra.
Aplicación pastoral:
Dediquemos un tiempo en la parroquia para “escuchar” a los servidores: cómo están, qué necesitan.
Organicemos “jornadas de cuidado” en colegios, centros de salud, familias.
Usemos los medios digitales para acompañar: ¿quién está escuchando al joven aislado o a la madre agobiada?