Parroquia Nuestra Señora del Rosario
Chivatá
RESEÑA HISTÓRICA
Una joya colonial entre la fe, el arte y la historia
En lo alto del altiplano cundiboyacense, donde el viento parece susurrar historias antiguas, se levanta una de las construcciones religiosas más emblemáticas de la época colonial en Colombia: el Templo Doctrinero de Chivatá. Esta iglesia no es solo una edificación de adobe, teja y cal; es un símbolo vivo del encuentro —a veces forzado, otras veces fecundo— entre dos mundos: el indígena y el europeo.
Arquitectura que habla al alma
La iglesia conserva los elementos característicos de las construcciones doctrineras del periodo colonial: una sola nave, austera y solemne, separada del presbiterio por un arco toral que marca la transición hacia lo sagrado. Hacia el exterior, la nave se extiende en un soportal o antecapilla abierto, unido a la fachada, que sirve de umbral entre lo cotidiano y lo divino. El conjunto culmina en un atrio que, más que un espacio arquitectónico, es un espacio simbólico de encuentro entre el pueblo y su fe.
Cada muro, cada proporción, cada vacío tiene una razón de ser. La composición geométrica del templo, más que responder a una moda arquitectónica, revela una visión del mundo donde todo tiene su lugar bajo el cielo de Dios.
Belleza que evangeliza
Más allá de su estructura, el templo deslumbra por su valor estético. Los materiales tradicionales —adobe, cal, ladrillo cocido— y los colores cálidos propios del arte colonial crean una atmósfera que abraza al visitante. Las formas sencillas y contundentes, lejos del artificio, remiten a una espiritualidad desnuda y esencial.
Pero es en las pinturas murales donde el arte se vuelve predicación. Estos lienzos coloniales —atribuidos al reconocido artista italiano Angelino Medoro— no solo ilustran escenas religiosas, sino que evocan un universo simbólico donde la Biblia se hace imagen. En un rincón sorprendente, incluso aparece la figura del demonio en versión femenina, junto a representaciones de diablos inusuales dentro del repertorio de la imaginería religiosa. Son detalles que revelan tanto la libertad artística como la profundidad catequética de estas obras.
Un testigo de la historia
El templo de Chivatá es uno de los más antiguos del altiplano y, sin duda, uno de los mejor conservados. Su historia se remonta a 1580, cuando la Real Audiencia de Santa Fe ordenó la construcción de templos en los pueblos de indios que pertenecían a la Corona. Desde entonces, su construcción y ampliación pasó por manos de artesanos, maestros de obra y personajes que quedaron inscritos en los documentos coloniales.
Cada piedra colocada, cada contrato firmado y cada imagen pintada forman parte de una memoria que se resiste al olvido. Este templo no solo ha sido lugar de culto, sino testigo de siglos de transformación social, política y espiritual.
Simbología de una transformación
Más allá de su valor artístico e histórico, el Templo Doctrinero de Chivatá es un símbolo. Su presencia impone un cambio: en la cosmovisión, en la espiritualidad, en la identidad de un pueblo. Fue, en su momento, el corazón de un nuevo orden impuesto —pero también resignificado— por los habitantes originarios. Su arquitectura no solo organizó el espacio físico, sino también el mental y espiritual de toda una región.
El templo doctrinero, como centro urbano y espiritual, organizó el nuevo trazado de la vida comunitaria. Frente a él, las casas, los caminos, la plaza… Todo adquiría sentido a partir del lugar sagrado.
Una joya patrimonial rescatada
En 1982, el Instituto Colombiano de Cultura (COLCULTURA) propuso su declaratoria como Monumento Nacional. Y en 2004, el Ministerio de Cultura lo declaró oficialmente Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional. Fue entonces cuando se impulsó la elaboración de estudios técnicos y, entre 2018 y 2019, se llevó a cabo su restauración integral.
Durante este proceso, se redescubrieron pinturas ocultas en los muros laterales, el testero y detrás del retablo mayor. Cada hallazgo fue una revelación, como si el templo hubiera decidido contar nuevas verdades al abrir nuevamente sus entrañas de cal y pigmento.
Esta restauración fue posible gracias al compromiso de administraciones municipales, el liderazgo del Ministerio de Cultura, el acompañamiento pastoral de Monseñor Luis Augusto Castro Quiroga †, y la entrega generosa del presbítero José Rafael Rojas Martínez, entre otros actores.
Una invitación a descubrirlo
Hoy, el Templo Doctrinero de Chivatá no es solo un vestigio del pasado: es un faro que sigue iluminando la identidad cultural, espiritual y artística del pueblo. Sus muros no solo conservan pinturas, sino también siglos de oraciones, silencios y esperanzas.
Visitarlo es encontrarse con una historia que no ha terminado de escribirse. Es recorrer, piedra a piedra, la memoria viva de un pueblo que —como su templo— ha sabido resistir, transformarse y elevarse hacia lo eterno.
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Luis Hernando Torres Ruiz
Párroco