Pensemos en Nazaret: un pueblo pequeño, limitado geográficamente y mentalmente. Allí vuelve Jesús, después de predicar maravillas, hecho carne de su tierra. La escena recuerda a muchos de nosotros: alguien vuelve triunfante y, en lugar de recibir aplausos, encuentra exclamaciones de desconcierto: «¿No es este el carpintero? ¿No es hijo de María?» (v. 3). Allí mismo, entre quienes lo vieron crecer, se inicia un muro de incredulidad.

El profeta no recibe honra en su casa. Porque lo conocido nos embota la mirada. Así ocurre cuando abrimos la puerta de nuestras comunidades y no reconocemos la acción de Dios en los rostros nuevos: el joven líder, el voluntario silencioso, el migrante que participa con esperanza. La familiaridad nos vuelve sordos al Espíritu.

Jesús, “maravillándose de su incredulidad” (v. 6), nos advierte: no porque le falte poder, sino porque la incredulidad es piedra que bloquea el milagro. El Señor actúa allí donde los corazones creen; en los cerrados, incluso la gracia se retrasa.

Pero esta escena no es un relato de derrota, sino una llamada: descubrir la divinidad en lo común.

¿Puedes tú reconocer en la familia cotidiana un espacio donde Dios se manifestó?

¿Sabes ver en el silencio de un joven el espacio donde germina el Reino?

¿Estás abierto a que tu parroquia sea lugar sacro, aunque no esté en los titulares?

La Arquidiócesis de Tunja tiene raíces profundas, pero también retoños nuevos: movimientos juveniles, ministerios emergentes, proyectos sociales. Si los acogemos con fe, Dios los convertirá en signos de su cercanía. Quizá no habrá prodigios deslumbrantes, pero sí conversiones, reconciliaciones, palabras que curan y abrazos que sanan.

Aplicación pastoral:

Durante las misas, abramos un espacio para testimonios breves: que la voz del laico sea profecía.

Formemos talleres de escucha y descubrimiento carismático, para que los fieles aprendan a buscar la presencia de Dios en lo cotidiano.

Visitemos con sensibilidad los lugares olvidados – cárceles, hospitales, barrios marginados –, llevando la fe que sana.

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