En la vida del discípulo misionero, escuchar la Palabra de Dios es lo primero.
Este domingo 04 de junio, la ciudad de Tunja se engalana con la Fiesta en honor a la Virgen María en la advocación de Nuestra Señora del Milagro. Ella es la Reina y Señora de la Arquidiócesis, Patrona de la ciudad de Tunja, y la Fuerza Aérea colombiana la ha acogido como su protectora en los cielos de nuestra Patria. Es una Fiesta grande en nuestra tierra boyacense.
En medio de las situaciones confusas que vive la sociedad, la pérdida de sentido, la crisis de identidad, el caos cultural, la polarización política y económica, y muchas otras realidades que desorientan, María se presenta para el cristiano y para la humanidad, como modelo perfecto de ser humano, de cristiano, de hija de Dios. Recorramos la persona y la tarea de María, en la vida de Cristo, de la Iglesia, para reconocer en ella la esperanza que Cristo manifiesta a la humanidad.
El discípulo misionero, y con ello me refiero a todo cristiano, recorre su existencia aprendiendo a vivir como hijo de Dios en Jesucristo, y María es el modelo perfecto de esa vida. María por su fe, obediencia, meditación de la Palabra de Dios y de las acciones de Jesús, es la discípula perfecta. Ella es la primera miembro de la comunidad de creyentes y colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos.
En el evangelio está María como una mujer libre y fuerte siguiendo a Cristo. Ha vivido toda la peregrinación de la fe como madre, de Cristo y nuestra. Al pie de la cruz alcanza la comunión para entrar en el misterio de la Nueva Alianza. Con ella llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. Tiene una misión única en la historia de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su Hijo hasta su sacrificio. Perseverando con los apóstoles a la espera del Espíritu, cooperó con el nacimiento de la Iglesia, imprimiendo su sello femenino y mariano.
Como madre fortalece los vínculos entre todos, alienta la reconciliación y el perdón, ayuda a que los discípulos de Jesucristo se sientan como una familia, la familia de Dios. En María nos encontramos con Cristo, con el Padre, con el Espíritu Santo, y con los hermanos. La Iglesia nace en torno a una madre, que confiere “alma” y ternura a la convivencia humana. María atrae a multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos en esta fiesta de Nuestra Señora del Milagro de Tunja. Por eso la Iglesia es madre y María es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática.
María es la gran misionera y formadora de misioneros. Ella trajo el Evangelio a nuestra tierra. Son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. María se ha hecho parte del caminar de nuestro pueblo boyacense, entrando en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Este santuario de Nuestra Señora del Milagro es testimonio de la presencia cercana de María a Boyacá, y manifiesta la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana.
En este año, cuando la Arquidiócesis de Tunja, busca revitalizar la esencia de ser discípulos y misioneros de Jesús, es ella quien brilla como imagen del seguimiento de Cristo. Hoy es el día de la seguidora más radical de Cristo: María Santísima. La Virgen pura y sin mancha es escuela de fe que guía y fortalece en el camino que lleva al encuentro con Cristo. Benedicto XVI decía en Aparecida: “Permanezcan en la escuela de María. Inspirense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”.
María enseña que en la vida del discípulo misionero, escuchar la Palabra de Dios es lo primero. Este trato con Jesucristo se facilita con el rezo del Rosario; ejercicio mariano donde el discípulo aprende de la Virgen a contemplar la belleza del rostro de Cristo y experimentar su amor. Con el Rosario, el creyente obtiene gracias de manos de María. Con los ojos puestos en sus hijos y sus necesidades, Ella ayuda a mantener en el cristiano las actitudes de atención, servicio, entrega y gratuidad que distinguen a los discípulos de Jesús. Indica además cuál es la pedagogía para que los pobres, se sientan como en su casa. Crea comunión y educa en un estilo de vida compartido y solidario, en fraternidad, en atención y acogida. En la Arquidiócesis su presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia que la convierten en “casa y escuela de comunión” y en espacio que prepara para la misión.