Triduo de adoración eucarística - Día 3

Sábado 5 de junio

Oración de la mañana para iniciar la adoración

Señor Jesús, la mañana nos recuerda tu predilección por salir a un lugar solitario al comenzar el día, para encontrarte con Dios Padre en la oración.
Con el salmista, en la mañana, proclamamos el deseo de escuchar tu gracia ya que confiamos en ti; indícanos el camino que debemos seguir, pues levantamos nuestras almas hacia ti, Señor.
Ante tu presencia, Jesús Eucaristía, reconocemos que tú eres el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador, el Pan bajado del cielo.
Te adoramos con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se someten nuestros corazones por completo, y se rinden totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza. Creemos todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: Nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; creemos y confesamos ambas cosas,
y pedimos lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No vemos las llagas como las vio Tomás pero confesamos que eres nuestro Dios: haz que creamos más y más en Ti, que en Ti esperemos y que te amemos.
¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a nuestras almas que de Ti vivan y que siempre saboreen tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpianos, inmundos, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Salmo 62 - POR TI MADRUGO, DIOS MIO

Ant. 1 Mi alma está sedienta de ti, Señor.

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a las sombras de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Himno eucarístico (fragmento I)

Ant. 1 Mi alma está sedienta de ti, Señor.

Jesús, amor de las almas, compañero en las jornadas: tan cercano y accesible
que en mí tienes tu morada.
Encarnado como hombre, tu divinidad ocultas,
y al hacerte Eucaristía,
por completo te despojas.
En tu presencia se rinden todos los celestes coros,
y en la tierra no se aprecia que te quedes con nosotros.

Salmo 5- ORACION DE LA MAÑANA DEL HOMBRE JUSTO

Ant. 2 A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.

Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso a mis gritos de auxilios,
Rey mío y Dios mío.
A ti te suplico, Señor;
por la mañana escucharás, mi voz,
por la mañana te expongo mi causa,
y me quedo aguardando.
Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia.
Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor.
Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.
Señor, guíame con tu justicia,
porque tengo enemigos;
alláname tu camino.
Que se alegren los que se acogen a ti,
con júbilo eterno;
protégelos, para que se llenen de gozo
los que aman tu nombre.
Porque tú, Señor, bendices al justo,
y como un escudo lo rodea tu favor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno eucarístico (fragmento II)

Ant. 2 A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.

De tu costado nacida,
en la Iglesia sigues vivo: con tu gracia y sacramentos das la vida al redimido.
Jesucristo, León fuerte
y Cordero obediente;
en tu Corazón conforten su valor las almas débiles.
Por el Padre coronado,
el Señor de tierra y cielo
nos envíe su Paráclito
que nos guíe al Reino eterno. Amén.

Del Evangelio según San Juan (6, 53-58)

«En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»
Jesús nos invita a comerle para permanecer en él y tener vida eterna. Preguntémonos: ¿Qué tanto me esfuerzo por disponer mi corazón para recibir a Jesús en la Eucaristía y para adorarle en el Santísimo Sacramento? 

Meditación

La Eucaristía sana nuestra memoria negativa

Recordemos lo que nos decía el Papa Francisco en la celebración del Corpus Christi el año pasado:
“Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que aparece muchas veces en nuestro corazón. El Señor sana esta memoria negativa que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de entrar en comunión con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios”.
V. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
R. Sea para siempre bendito y alabado.

 

Aclamaciones a Jesús Eucaristía

Ten misericordia de nosotros, Señor.

1. Jesús Eucaristía, alimento de verdad que das sentido a la existencia humana.
2. Jesús Eucaristía, que sacias la esperanza de los hombres sedientos de razones para seguir construyendo un mundo fraterno y solidario.
3. Jesús Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana.
4. Jesús Eucaristía, aliento y esperanza de los mártires.
5. Jesús Eucaristía, luz y ciencia de los maestros y doctores.
6. Jesús Eucaristía, apoyo y fortaleza de los Pastores y Misioneros.
7. Jesús Eucaristía, amor santificante de las vírgenes y de los consagrados.
8. Jesús Eucaristía, estrella radiante que iluminó el corazón de todos los Santos.
9. Jesús Eucaristía, nacido de María, celebrado y glorificado en la liturgia, enseñado por la ciencia, anunciado por los misioneros, glorificado en la vida y en la fe de la Iglesia.
10. Cuerpo y Sangre entregados por nosotros.
11. Cuerpo y Sangre que dan la vida.
12. Cuerpo y sangre que alimentan la esperanza.
13. Cuerpo y Sangre que fortalecen la fe.
14. Cuerpo y Sangre, signos vivos de caridad.
15. Cuerpo y Sangre para acompañar el camino de los creyentes.
16. Cuerpo Y sangre, presencia real del Salvador.
17. Cuerpo Y Sangre, alimento espiritual de la Iglesia.
18. Cuerpo y Sangre, consuelo y vida de los cristianos.
19. Cuerpo y Sangre, viático para a la vida eterna. 


Súplica por Colombia

Jesús, Hijo de Dios, que por amor te haces presente en el Santísimo Sacramento del altar, te suplicamos por la defensa de la vida en este tiempo de pandemia. Pasa tu mano sanadora en favor de quienes padecen el coronavirus y cualquiera otra enfermedad. En tu nombre, Señor, vence la pandemia que nos aqueja, instaura, salvador de los hombres, la salud en el mundo, anticipo de la salud del alma en el cielo. Pasa por nuestras calles y caminos, por el pueblo y la ciudad. Míranos con compasión, tócanos con tus manos y, por el poder de tu palabra, danos la salud. Que tu presencia sacramental comunique vida en este momento a todos nosotros y a quienes más sufren en su cuerpo y en su alma. Amén.

Oración de la tarde

Monición de entrada (antes de la Exposición del Santísimo Sacramento)

Queridos hermanos y hermanas. Estamos reunidos en este tercer día del Triduo de Adoración Eucarística suplicando por la vida, la reconciliación y la paz. Ante Jesús sacramentado vamos a expresar nuestra gratitud por su presencia permanente entre nosotros. Él nos ha dicho: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Esta promesa se hace realidad en el misterio de la Eucaristía que ahora veneramos y adoramos con devoción. Asimismo, vamos a presentar ante el Señor una súplica ferviente para interceder por el mundo entero que padece el flagelo de la pandemia y por Colombia en esta coyuntura política y social de “paro”, cuyas consecuencias se hacen cada vez más evidentes en las dificultades laborales, económicas y de salud en la ciudad y en todo el país.
Dispongámonos, pues, a pasar este rato de oración a los pies del Señor, presente en este sacramento, con la esperanza de que Él nos escucha siempre y quiere nuestro bien.

Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo.”
(Lucas 24,29)

Señor Jesús, la tarde no solo nos recuerda la hora nona de tu muerte en la cruz, sino que nos abre a la esperanza y a la alegría. En la tarde, celebraste la última cena con tus discípulos y diste tu cuerpo y tu sangre en el pan y en el vino que compartiste. En la tarde te apareciste de camino a los discípulos de Emaús y, ya en la aldea, te revelaste a ellos al partir el pan. Por eso, en esta tarde queremos pedirte que te quedes con nosotros como en Emaús, porque es tarde y la noche se apresura.
Te reconocemos, Señor, al partir el pan en la Eucaristía y te alabamos ahora en el Santísimo Sacramento. Al adorarte haz que nuestros corazones ardan, pues tu presencia es fuego y es luz, capaces de disipar toda tiniebla y de abrir los ojos a la esperanza que no defrauda.
El Verbo que viene desde lo alto
y que no abandona la derecha del Padre, que sale a realizar su obra,
ha venido al atardecer de la vida.
Quien por su discípulo a la muerte sería entregado a sus enemigos. Antes como comida de vida,
se entregó a los discípulos.
A ellos, bajo doble especie dio su carne y sangre
para que en esta doble sustancia se alimentara todo el hombre.
Al nacer se entregó como compañero, al comer se entregó como alimento; al morir se entregó cual precio;
al reinar se da como premio.
Oh, salvadora hostia
que abres la puerta del cielo, guerras implacables nos oprimen: danos fuerza, danos auxilio.
Al Señor Uno y Trino sea gloria eterna. Que una vida sin término nos regale en la patria. Amén.

Salmo 148 - ALABANZA

Alabemos al Señor por siempre

Alabad al Señor desde el cielo,
alabad al Señor en lo alto;
alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo, todos sus ejércitos;
alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes;
alabadlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron;
les dio consistencia perpetua
 y una ley que no pasará.
Alabad al Señor desde la tierra,
cetáceos de todos los océanos;
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes;
montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros;
fieras y animales domésticos,
reptiles y aves que vuelan;
reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo;
jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños;
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime;
su majestad sobre el cielo y la tierra: él acrece el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles;
de Israel, su pueblo escogido.

De la Carta de San Pablo a los Colosenses Col 1, 12-23

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Y a ustedes, que en otro tiempo fueron extraños y enemigos, por sus pensamientos y malas obras, los ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentarlos santos, inmaculados e irreprensibles delante de Él; con tal que permanezcan sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oyeron, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro.
Momento de silencio para interiorizar la Palabra y a partir de ella adorar al Señor con la acción de gracias.

Primera Meditación:
LA INTERCESIÓN

Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, de teatro, una actitud intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos en un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.
Así los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomendaba Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han perdido el camino… Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores. En la soledad de quien reza —ya sea la soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora— por rezar, se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.
El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (n. 2635). Esto es muy bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios. Misericordia en relación con nuestros pecados, que es misericordioso con nosotros, pero también misericordia con todos aquellos que han pedido rezar por ellos, que [por los cuales] queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios. Esta es la verdadera oración: en sintonía con la misericordia de Dios, con su corazón misericordioso.
«En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos». ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros.
A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente. Se puede decir: en espíritu de odio no se puede rezar; en espíritu de indiferencia no se puede rezar. La oración solamente se da en espíritu de amor. Quien no ama finge rezar, o él cree que reza, pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor. En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”. Por este motivo hay una experiencia del humano en cada oración, porque las personas, aunque puedan cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas.

Segunda Meditación:
LA INTERCESIÓN

Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza también por sí mismo. En ese momento sabe que no es demasiado diferente de las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y reza por todos. La lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual (cfr. Lc 18,9-14): nosotros no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr. Sal 143,2) —esto lo dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”. Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad delante de Dios a rezar por todos. Sin embargo, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Esta no es la oración: esto es mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la soberbia.
El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
El buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado de la propia gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir.
La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, intercede por los otros. En particular tiene el deber quien está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad… Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” delante de Dios a las personas encomendadas a ellos. En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros.
Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros. Recemos los unos por los otros: nos hará bien a nosotros y hará bien a todos.»

Preces

Dirijamos ahora nuestra oración a Jesús nuestro Maestro y pidámosle que nos enseñe a compadecernos de los hombres; digámosle:

R/. Danos tu gracia, Señor.

1. Para que cultivemos el espíritu de oración.
2. Para que no desfallezcamos en nuestra oración por la Iglesia y por el mundo.
3. Para que por medio de la oración consigamos ser misericordiosos con los demás.
4. Para aprender a estar a disposición de los hermanos, en vez de quererlos dominar.
5. Para descubrir las aspiraciones y deseos del prójimo.
6. Para saber ofrecer voluntariamente nuestra ayuda a aquellos que la necesitan.
7. Para aceptar lo ingrato y a asumir lo desagradable en la convivencia de cada día.
8. Para servir con amor y generosidad a los pobres.
9. Para realizar toda obra con espíritu de caridad y entrega.
10. Para que sepamos compartir nuestra vida de fe con los hermanos.
11. Para que profundicemos en el misterio eucarístico: misterio de entrega, sacrificio y amor por los demás.
12. Para meditar cada día tu Palabra y encontrar en ella tu voluntad para nuestra vida.
13. Para disponernos cada día a recibir con total pureza tu Cuerpo y Sangre y dar los frutos que esperas de nosotros.
14. Para colaborar con entrega generosa a la misión de la Iglesia.
15. Para vivir de verdad nuestra vocación cristiana y de estado.
16. Para saber imitar a María, Madre de la Iglesia, especialmente en su “SÍ” a la voluntad del Padre.

Tercera meditación:
SITUACIÓN SOCIAL

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (Gaudium et Spes, 1).
Nos preocupan las angustias de todos los miembros del pueblo cualquiera sea su condición social: su soledad, sus problemas familiares, en no pocos, la carencia del sentido de la vida… mas especialmente queremos compartir hoy las que brotan de su pobreza.
Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe.
En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen la capacidad de cambiar: «que se le quiten barreras de explotación… contra las que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción» (Juan Pablo II).
Comprobamos, pues, como el más devastador y humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada, por ejemplo, en mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas, etc.
Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. Estado interno de nuestros países que encuentra en muchos casos su origen y apoyo en mecanismos que, por encontrarse impregnados, no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres.
Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social; cambios que, o no se han dado o han sido demasiado lentos en la experiencia de América Latina.
La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela:
—rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables; los niños vagos y muchas veces explotados de nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar;
—rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados, sobre todo, en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades de capacitación y ocupación;
—rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos, que, viviendo marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres;
—rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan;
—rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y defender sus derechos;
—rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos;
—rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales;
—rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen.
Compartimos con nuestro pueblo otras angustias que brotan de la falta de respeto a su dignidad como ser humano, imagen y semejanza del Creador y a sus derechos inalienables como hijos de Dios.
Los tiempos de crisis económicas que están pasando nuestros países, no obstante la tendencia a la modernización, con fuerte crecimiento económico, con menor o mayor dureza, aumentan el sufrimiento de nuestros pueblos, cuando una fría tecnocracia aplica modelos de desarrollo que exigen de los sectores más pobres un costo social realmente inhumano, tanto más injusto cuanto que no se hace compartir por todos.
(Documento de Puebla 27-40)
La crisis política y social ha puesto el país en la balanza, donde diversos intereses lo inclinan para uno u otro lado, dejando por más de un mes ya, muertes, destrucción, vandalismo, hambre, y donde las partes no llegan a un acuerdo.
Por todo esto, hagamos de este momento, una experiencia creyente de intercesión, unidos a Jesucristo que no fue indiferente ni lo será ahora.

Oración por la paz

Señor Jesús, tú nos dijiste mi paz les dejo, mi paz les doy. Mira con misericordia a Colombia,
herida por la injusticia y por la violencia,
dividida por enemistades y desigualdades,
pero con vivo anhelo de un mañana mejor. Haz que acojamos la paz que nos das.
Señor Jesús, tú nos dijiste que eres el Camino, la Verdad y la Vida, concédenos la superación de los odios y rencores,
la reconciliación de todos los hermanos.
Que cesen tantas expresiones de violencia y se respete la vida.
Que progrese y se consolide el diálogo para lograr la convivencia pacífica. Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad.
Señor Jesús, tú nos dijiste que somos sal de la tierra y luz del mundo.
Suscita en todos responsabilidad y compromiso
para asumir la tarea de construir juntos un país que sea casa y patria para todos.
Virgen María, Reina de la Paz, acompaña con tu amor y protección al pueblo colombiano. Amén.