Triduo de adoración eucarística - Día 3
Sábado 5 de junio
Oración de la mañana para iniciar la adoración
Señor Jesús, la mañana nos recuerda tu predilección por salir a un lugar solitario al comenzar el día, para encontrarte con Dios Padre en la oración.
Con el salmista, en la mañana, proclamamos el deseo de escuchar tu gracia ya que confiamos en ti; indícanos el camino que debemos seguir, pues levantamos nuestras almas hacia ti, Señor.
Ante tu presencia, Jesús Eucaristía, reconocemos que tú eres el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador, el Pan bajado del cielo.
Te adoramos con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se someten nuestros corazones por completo, y se rinden totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza. Creemos todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: Nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; creemos y confesamos ambas cosas,
y pedimos lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No vemos las llagas como las vio Tomás pero confesamos que eres nuestro Dios: haz que creamos más y más en Ti, que en Ti esperemos y que te amemos.
¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a nuestras almas que de Ti vivan y que siempre saboreen tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpianos, inmundos, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Salmo 62 - POR TI MADRUGO, DIOS MIO
Ant. 1 Mi alma está sedienta de ti, Señor.
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a las sombras de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Himno eucarístico (fragmento I)
Ant. 1 Mi alma está sedienta de ti, Señor.
Jesús, amor de las almas, compañero en las jornadas: tan cercano y accesible
que en mí tienes tu morada.
Encarnado como hombre, tu divinidad ocultas,
y al hacerte Eucaristía,
por completo te despojas.
En tu presencia se rinden todos los celestes coros,
y en la tierra no se aprecia que te quedes con nosotros.
Salmo 5- ORACION DE LA MAÑANA DEL HOMBRE JUSTO
Ant. 2 A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.
Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso a mis gritos de auxilios,
Rey mío y Dios mío.
A ti te suplico, Señor;
por la mañana escucharás, mi voz,
por la mañana te expongo mi causa,
y me quedo aguardando.
Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia.
Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor.
Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.
Señor, guíame con tu justicia,
porque tengo enemigos;
alláname tu camino.
Que se alegren los que se acogen a ti,
con júbilo eterno;
protégelos, para que se llenen de gozo
los que aman tu nombre.
Porque tú, Señor, bendices al justo,
y como un escudo lo rodea tu favor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno eucarístico (fragmento II)
Ant. 2 A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.
De tu costado nacida,
en la Iglesia sigues vivo: con tu gracia y sacramentos das la vida al redimido.
Jesucristo, León fuerte
y Cordero obediente;
en tu Corazón conforten su valor las almas débiles.
Por el Padre coronado,
el Señor de tierra y cielo
nos envíe su Paráclito
que nos guíe al Reino eterno. Amén.
Del Evangelio según San Juan (6, 53-58)
«En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»
Jesús nos invita a comerle para permanecer en él y tener vida eterna. Preguntémonos: ¿Qué tanto me esfuerzo por disponer mi corazón para recibir a Jesús en la Eucaristía y para adorarle en el Santísimo Sacramento?
Meditación
La Eucaristía sana nuestra memoria negativa
Recordemos lo que nos decía el Papa Francisco en la celebración del Corpus Christi el año pasado:
“Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que aparece muchas veces en nuestro corazón. El Señor sana esta memoria negativa que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de entrar en comunión con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios”.
V. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
R. Sea para siempre bendito y alabado.