Novena de Navidad
Día Sexto
Iluminación bíblica
Evangelio según san Lucas 1, 39-45
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Felíz la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplira”.
Palabra del Señor.
Meditación
María, que acaba de recibir del ángel la noticia de su maternidad divina, corre por la montaña, a casa de Isabel, a ofrecerle su ayuda. María es portadora en su seno del Salvador, es por tanto evangelizadora: la Buena Noticia la comunica con su misma presencia y llena de alegría a Isabel y al hijo que salta de gozo en sus entrañas, el que será el precursor de Jesús, Juan Bautista. Dos mujeres sencillas del pueblo, que han sido agraciadas por Dios con una inesperada maternidad se muestran totalmente disponibles a la voluntad de Dios. Llena de alegría, Isabel canta a voz en grito las alabanzas de Dios y de su prima, en quien reconoce a «la madre de mi Señor». Con su alabanza, Isabel traza un buen retrato de su prima: «dichosa tú, que has creído».
Todas las lecturas rebosan de alegría. Alegría que ante todo llena el corazón de Dios: «él se goza y se alegra con júbilo como en día de fiesta». Alegría de las dos mujeres, María e Isabel, que experimentan la venida del Dios salvador.
¿Sabremos experimentar nosotros esta alegría que Dios nos quiere comunicar? Para ello debemos tener ojos de fe, y saber reconocer la presencia de Dios en las personas y los acontecimientos de la vida, como Isabel y María supieron reconocer la presencia del misterio en sus propias experiencias. Saber ver a Dios actuando en nuestra vida de cada día, en las personas que nos rodean. ¿Viviremos la Navidad con gozo interior, o sólo de palabras, cantos y regalos externos, «porque toca»? Después de tantas invitaciones a cantar de júbilo, ¿nos conformamos con una Navidad rutinaria, de trámite? Pero a la vez deberíamos ser, en estos días, portadores de esa alegría a los demás. Como María en su visita, cada uno de nosotros debemos ser portadores de la Buena Noticia de Jesús, evangelizadores en este mundo. Esto lo haremos con nuestras actitudes y obras, más que con nuestras palabras.
¿Sabemos, en nuestra vida, «visitar» a los demás? O sea, ¿estamos siempre dispuestos a salir al encuentro, a comunicarnos, a compartir la experiencia gozosa y a ofrecer nuestra ayuda? La visita es salida de sí mismo, cercanía, presencia a los otros. Para llevar nuestro interés y nuestro amor, y transmitir así, en el fondo, la experiencia de Dios, en un mundo que no conoce demasiado la gratuidad del amor ni la cercanía de las «visitas». Lo podemos hacer en el círculo de nuestra familia o de nuestros amigos y conocidos o compañeros de trabajo. Si sabemos «visitar», a imitación del Dios que «ha visitado y redimido a su pueblo», y de Cristo Jesús, el que había sido anunciado como «el sol que nos visitará, venido de lo alto», la Navidad será una experiencia gozosa. La Eucaristía es uno de los momentos privilegiados en que los cristianos reconocemos con gozo la presencia de Cristo Jesús. Nuestra comunión de hoy sea aliento y motivo de alegría en nuestra preparación de la Navidad.
Hoy invocamos a Cristo, nuestro verdadero Sol, «el Sol que nace de lo alto». Cristo es la luz que refleja para nosotros la luz de Dios: «Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste», Simeón anunció que Jesús venía «para alumbrar a las naciones». Y el mismo Jesús dijo: «yo soy la Luz del mundo». Él es el que de veras puede venir a iluminar nuestras tinieblas en esta Navidad.
«Oh Oriente, Sol que naces de lo alto,
resplandor de la luz eterna,
sol de justicia:
ven ahora a iluminar
a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte»