La lectura del Libro de los Reyes presenta un momento de profunda desesperación en la vida del profeta Elías. Exhausto y desilusionado, se retira al desierto, buscando escapar de las amenazas y los desafíos que enfrenta. Pero Dios no lo abandona. Un ángel le ofrece alimento y agua, fortaleciéndolo para el viaje. Esta escena nos recuerda que en los momentos más oscuros, Dios está presente, ofreciendo consuelo y fortaleza. Podemos encontrar renovación y esperanza en los lugares más inesperados, recordando que Dios es nuestra fuente de vida y sustento en todo momento. En la debilidad es donde sentimos más fuerte la presencia de Dios, y ahí se da la experiencia con Él, nuestro encuentro de amor, fe y fortaleza. 

La segunda lectura es la invitación a valorar la vida nueva que recibimos del Espíritu. Esta nueva identidad supone el desafío de mostrar a los demás, el significado de ser cristiano con acciones concretas; evita la agresividad, la ira, la envidia, la maldad y todo tipo de miseria que opaque al prójimo. Debemos ser imitadores de Dios, cuando reflejamos la bondad, el compartir, la gracia de perdonar y amar. Entonces debemos tener los mismos sentimientos de Dios Padre para con los demás, pues así como el Padre nos ama, amamos nosotros a los demás. 

El Evangelio pone a Jesucristo como verdadera «verdad» de vida, verdad que se hace palpable en la Eucaristía, pues es la Eucaristía la forma de ir a Jesús, permanecer en él, habitar en él, teniendo la seguridad que él nos resucitará el último día. La figura del Pan de vida, evoca la realidad que la muerte no tiene poder, y que todo aquél que se alimente del banquete de Cristo gozará eternamente de su presencia. Es la Eucaristía un adelanto real y verdadero de la vida eterna, comulgando con el cuerpo y la sangre de Jesús, podemos degustar del gran misterio de la eternidad. Cuestionemos radical y sinceramente nuestra vida de fe, pues la presencia de Jesús en medio de nosotros no es mentira, ni un mito, ni un cuento, la presencia de Jesús en la Eucaristía es real, no podemos como bautizados, negar esta realidad que se presenta a nuestros ojos todos los días, cada vez que se celebra el Santo Sacrificio. 

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